Algo brota, medra el interior, adueñándose de un sitio que no le pertenece. El cuerpo consumido lo desconoce.
Algo brota, medra el interior, abonando con antiguas dudas la nueva incertidumbre. El cuerpo habituado lo desconoce.
Observo el reflejo y conozco el cuerpo; el cabello cobrizo o la tranquila respiración pero contiene a un otro.
Reconozco estas manos, la herida en el anular y el pasado, ese que ya no me pertenece.
Podría despedazar mi piel para mudarla, moldear en arcilla una nueva escultura o desvanecer la voluntad actual pero ¿Qué sentido tiene hundirme en la frustración?
Mi proyección en el lago me parece familiar, confuso y distorsionado al oleaje, completamente despersonalizado. Lo que en mí florece desconoce quien soy.
Quisiera creer que alguien ha tomado mi lugar, un simple impostor sería un relato facilista, porque la ruta se ha llenado de neblina y no conozco el camino.
Podría boicotear la andanza y bajarme a medio trayecto. Me abruma mirar atrás y saber que no veo el punto de partida, pero nunca me había sentido tan tranquilo estando desorientado.
Qué ironía, esta antítesis, encadenado al pasado por muy doloroso que fuera el infortunio; resistido al cambio. A pesar de todo, de tanto pedalear entre corrientes oscuras, ya no me reconozco.
Sólo me queda inhalar para continuar, a un nuevo destino convertido en un completo desconocido.