La insolencia

Nunca esperamos tanto la 508 como ese día junto a la Vane. Recuerdo cómo ese atardecer rojizo, en Macul con Grecia, coloreaba la cara de un pequeño mientras hablaba su acompañante. No sé si eran familiares, se parecían bastante. El hombre se veía afectado, muy apenado. Era el pequeño quien lo consolaba.

Después de un rato de desahogo, el niño le secó las lágrimas y lo abrazó fuerte para luego mirarlo a la cara y decir: “Lo difícil ya pasó, mira hasta donde hemos llegado. Fuiste insolente con la adversidad, como un copihue creciendo en medio del desierto” 

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